MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

ENSAYO | Estados Unidos y China: decadencia y futuro, en disputa I/V

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  1. El New Deal y el “keynesianismo militar”

El 3 de septiembre pasado China dio una con la conmemoración de los 80 años de su Victoria sobre Japón en la Segunda Guerra Mundial, una muestra inmensa de su poderío militar, de sus avances no sólo en armamento convencional, sino en las tecnologías más avanzadas para uso militar: pero, al mismo tiempo dio un mensaje trascendente: el mundo necesita una nueva gobernanza global, basada en el multilateralismo, en el respeto a todas las naciones, en la prevalencia de relaciones de equidad y justicia entre las distintas naciones. China es el gigante asiático, que está encabezando el proceso irreversible que delinea una nueva correlación de fuerzas en la geopolítica global.

Ese famoso sueño americano –que nunca realmente existió, pero que logró engañar a cientos de millones de estadounidenses–, desde hace varios años ya no puede seguir engañando al pueblo y a los migrantes; más bien se ha ido transformando en la pesadilla americana.

El presente trabajo lo expongo en varios apartados, con el fin de tratar de aportar en la comprensión del porqué, mientras Estados Unidos es la superpotencia que está en pleno declive, China va en ascenso y está llamada a ser la nación que encabece un mundo multipolar, basado en un orden social que permita a la humanidad entera ir avanzando en el progreso y en la búsqueda de una sociedad más justa y equitativa para las masas trabajadoras de todo el planeta.

Estados Unidos ha sido la nación que, más que ninguna otra en toda la historia, ha vivido de la explotación y saqueo de riquezas de otras naciones de todo el planeta; es la nación que heredó la bandera del fascismo después de la derrota de la Alemania nazi en 1945, pues esta nación ha dominado a los países que no se someten a su control con invasiones, con golpes de Estado, con bombardeos, con sanciones económicas criminales, con la inundación en los medios de comunicación y en las redes sociales de una propaganda lavacerebros, propaganda que ha distorsionado la realidad para envenenar la mente de miles de millones de seres humanos durante décadas, creando narrativas pronorteamericanas, promoviendo el colonialismo cultural para someter ideológicamente a los pueblos de la Tierra, y también para promover las “revoluciones de colores” y promover las “guerras híbridas”, ambas para someter al control económico, político, cultural y militar de los pueblos y naciones de todo el mundo.

Ese famoso “sueño americano” –que nunca realmente existió, pero que logró engañar a cientos de millones de estadounidenses–, desde hace varios años ya no puede seguir engañando al pueblo y a los migrantes, más bien se ha ido transformando en la “pesadilla americana”. Hace más de 95 años que ocurrió el crack y la gran depresión iniciada en 1929 en ese país. En esa depresión, las acciones de las empresas que cotizaban en la bolsa de valores cayeron estrepitosamente; la economía de Estados Unidos tuvo una crisis de sobreproducción, el PIB cayó en Estados Unidos casi un 30 % (y en el resto del mundo cayó en promedio el 15 %).

Esa caída también fue provocada por el Dust Bowl, que afectó a la agricultura y arruinó a millones de agricultores y obreros agrícolas, por la larga sequía y las tormentas de polvo que azotaron la mayor parte del país. Con millones de desempleados (en 1929 había en Estados Unidos dos millones de desempleados, para 1932 eran ya 20 millones; la producción de acero se redujo a un 20 % y las exportaciones, que tenían antes de la gran crisis un monto de cinco mil millones de dólares anuales en promedio, cayeron a mil millones en esos años de depresión y para 1932 hubo una quiebra de 4 mil 600 bancos).

La gran recesión provocó un crecimiento exorbitante de la miseria, así como la migración de millones de pequeños agricultores hacia las ciudades. Hubo también crecimiento desbocado de la delincuencia, el contrabando, las actividades ilícitas, la prostitución, pero sobre todo hubo una drástica caída de los niveles de empleo, de salud, de educación y de atención a otros servicios a los trabajadores norteamericanos. 

Estos no tuvieron una organización que pudiera realizar las movilizaciones que eran muy necesarias para buscar darle salida a esa crisis, buscando establecer un gobierno de los trabajadores.

El gobierno del presidente Franklin Delano Roosevelt comprendió perfectamente que el capitalismo estadounidense podría ser sustituido por una sociedad donde gobernaran los obreros, y por eso, para salvar a los capitalistas norteamericanos, aplicó la política del New Deal, que era una política de atenuación de los efectos de la gran recesión.

Era un intento de reactivar la economía aplicando las teorías keynesianas (dio subsidios a 25 millones de personas desempleadas, por ejemplo, dio créditos a pequeños negocios e intentó incluso engañar a los trabajadores con la política de pensiones a los jubilados, los cuales en realidad terminaban pagándose sus pensiones y la clase empresarial muy poco aportaba).

En ese periodo de crisis fue necesario para los grandes capitalistas salvar al sistema, y para ello fue necesario vestirlo con un ropaje más “humano”. La Unión Soviética era un ejemplo hacia todos los trabajadores del mundo, pues en unos cuantos años esta gran nación se industrializó, acabó con el desempleo, elevó los niveles de bienestar de la población hasta hacerlos de los más altos del mundo, en salud, en educación, en vivienda, en cultura, etcétera, y todo esto como un logro de un Estado donde gobernaba la clase trabajadora; ese ejemplo debía ser opacado por los grandes tiburones del capital; era de extrema importancia crear la narrativa de que el capitalismo “se humanizaba”, la sociedad norteamericana “sí se preocupaba por los obreros y la población trabajadora”; Roosevelt y la élite gobernante de Estados Unidos entendían con mucha claridad que, con la gobernanza de la sociedad en la Unión Soviética, por parte de los obreros, ese gobierno estaba construyendo una sociedad, donde se repartía con justicia toda la riqueza que generaba el trabajo del pueblo, por lo que las familias soviéticas tenían buena vivienda, buena alimentación, buena salud, y buena educación, y lo más importante: en esa sociedad socialista no había parásitos que vivieran chupándole la sangre a la clase trabajadora. Esto, por supuesto, nunca lo permitirían los dueños del gran capital norteamericano en su país.

Roosevelt promovió el “Estado del bienestar”, o sea, promovió la intervención del Estado para generar empleo, para tratar de fortalecer el mercado interno de Estados Unidos, y sobre todo, ese New Deal era para que los trabajadores estadounidenses no se rebelasen en contra del régimen capitalista. En esa época de la década de los años treinta del siglo XX, ante las duras condiciones económicas de los trabajadores se fortaleció el sindicalismo en Estados Unidos, pero ese sindicalismo, que inicialmente aparentaba defender a los obreros, se fue transformando en un mecanismo de control mafioso de la clase trabajadora.

La AFL y la CIO, lejos de inculcarles conciencia de clase a los obreros, sus líderes cometían acciones represivas y violentas en contra de los grupos de obreros que decidían hacer huelgas o movilizaciones para defender sus derechos salariales o laborales.

Pero, lo que realmente fue la salvación del capitalismo norteamericano fue la guerra; las guerras son esenciales para la existencia del imperialismo, no sólo porque mediante la guerra, las naciones imperialistas logran apropiarse de la riqueza de los países, incluso de sus territorios, en diversas partes del planeta, sino porque la guerra se ha convertido en el motor de la economía capitalista, ante el hecho de que el capitalismo en su afán de expandirse anidando en nuevos territorios, conquistando nuevos mercados para colocar sus productos, y para saquear los recursos naturales.

Al disminuir la tasa de ganancia de las grandes empresas monopólicas capitalistas, debido a que el capital invertido en medios de producción es cada vez mayor en relación con el capital invertido en salarios, dada la competencia entre las empresas que de forma constante introducen máquinas con mayores capacidades productivas, lo cual va produciendo una sustitución de los obreros por máquinas y procesos productivos más eficientes, lo cual, a su vez, reduce la cantidad de plusvalía, y esto disminuye la tasa de ganancia del capital.

La reducción de la tasa de ganancia obligó a los capitalistas a buscar nuevos territorios en donde invertir, sobre todo buscan países o regiones donde los salarios son más bajos para elevar las tasas de ganancia; así, los capitalistas del llamado Occidente colectivo, buscaron cómo apropiarse de extensos territorios para saquear los recursos naturales y también, dominar el mercado mundial, lo cual los ha llevado a enfrentarse militarmente.

Sin embargo, el militarismo y la producción en gran escala de armamento tiene otro objetivo que nace de la esencia del imperialismo: ese objetivo es el de destruir partes del capital, destruir ciudades enteras, destruir fábricas enteras, destruir la infraestructura de los países, buscan acabar con puertos, carreteras, trenes y todo tipo de medios de transporte, de algunos países (los países invadidos, los países agredidos, etcétera), para que los capitales que están sin invertir, se inviertan y permitan que el capital vuelva a crecer y vuelva a acrecentar las arcas de los monopolios y los oligopolios.

O sea que los países donde domina el capital monopolista, los tiburones del capital matan dos pájaros de un tiro cuando utilizan las guerras. Primero, reactivan la producción, invirtiendo en la fabricación de armamento y todo lo que requieren los ejércitos y la guerra (uniformes, equipos de comunicación, medicamentos, radares y artefactos de todo tipo, municiones, medios de transporte, etcétera); hay economistas que a esta política la llaman “keynesianismo militar”, el cual es un instrumento eficaz y permite realizar negocios muy lucrativos a la gran producción capitalista (el armamento producido para las guerras es pagado por el Estado capitalista con dinero de los contribuyentes, o sea los impuestos de los ciudadanos; esa venta de armamento engorda fabulosamente las fortunas de los dueños de la industria militar).

Y segundo: al bombardear países, al destruir puentes, carreteras, escuelas, edificios públicos, presas, redes eléctricas, pozos petroleros, almacenes y todo tipo de infraestructura productiva o de transporte, todo tipo de mercancías y servicios de un país o región, los agresores “generosamente” se preparan para lo que ellos llaman “reconstrucción”, la cual se realiza con la inversión de grandes cantidades de capital, y si el país destruido no tiene dinero para pagar la “reconstrucción”, los imperialistas se cobran con los recursos naturales del país destruido (tierras, petróleo, minerales, agua, etcétera). La guerra, en ese sentido, es consustancial al orden capitalista, sobre todo en su fase imperialista.

Por eso, Estados Unidos salvó su economía de la gran recesión, no solo por el New Deal, pues antes de iniciarse la Segunda Guerra Mundial, en 1938, Estados Unidos ya estaba de nuevo en recesión, pero la Segunda Guerra Mundial le permitió a los capitales norteamericanos reactivar la economía con la producción de armamento primero y luego con la aplicación del Plan Marshall, que consistió en invertir 13 mil millones de dólares en los países de Europa Occidental, devastados por la guerra.

Fueron fundamentalmente préstamos para reconstruir la infraestructura, la industria y la agricultura de Europa. Es importante señalar que el fin geopolítico del Plan Marshall fue impedir que Europa Occidental se acercara a la Unión Soviética, es decir, se acercara al socialismo.

Recientemente, Francesca Albanese, relatora especial de la Organización de las Naciones Unidas sobre Derechos Humanos en los territorios palestinos, hizo una denuncia que sacudió al gran capital occidental. En el documento titulado “De la economía de la ocupación, a la economía del genocidio”, nos dice valientemente que grandes empresas norteamericanas y europeas están obteniendo grandes ganancias, lucrando con el genocidio que está instrumentando el Estado sionista de Israel; empresas armamentísticas como Lockheed Martin, Boeing, Raytheon, Northrop Grumman (Estados Unidos), Elbit Systems (Israel), Rheinmetall (Alemania), son las que han obtenido más de 3 mil millones de dólares anuales por vender armas y tecnología a Israel.

También empresas constructoras como Housing & Construction Holding, África Israel Investments, están obteniendo miles de millones de dólares no solo por construir asentamientos ilegales en las tierras arrebatadas a los palestinos en Cisjordania, sino por la destrucción de casas, hospitales, escuelas, bodegas, etcétera en la Franja de Gaza. Empresas como Caterpillar, Volvo y Hyundai proporcionan maquinaria pesada para la destrucción de inmuebles de todo tipo en Gaza y Cisjordania. Y empresas de “vigilancia y seguridad” hacen su agosto a merced de la población palestina.

“El capital imperialista, como dijo Vladimir Putin, durante muchas décadas se ha llenado las tripas y el estómago de carne y sangre de los humanos y se ha llenado los bolsillos de dinero a costa de los pueblos colonizados y oprimidos”. Albanese, que es experta en Derecho Internacional, declaró en entrevista a un medio: “El genocidio en Gaza no ha parado porque es un gran negocio para muchas personas”. Israel, según la relatora de la ONU, es el campo de experimentación más importante de Occidente: ahí, en territorio palestino, se prueban armas letales como drones, bombas y otros instrumentos de aniquilación.

Empresas gringas y británicas ya están haciendo planes para convertir a Gaza en “La Riviera del Medio Oriente”. Y los sionistas quieren el exterminio de los palestinos en Gaza para que nadie les represente algún obstáculo para explotar los yacimientos gasíferos que se encuentran en la costa de ese territorio palestino. Toda esta labor del sionismo para arrebatar sus tierras a los palestinos y aniquilarlos no sería posible sin el apoyo logístico de universidades gringas y europeas, y sin el apoyo financiero de los grandes bancos del imperialismo (BNP, Peribas y Barclays han suscrito bonos –acusa Albanese– del Tesoro norteamericano para “reforzar la confianza en el genocidio que instrumenta Israel”). Y sería inoperable toda la labor de exterminio humano sin el apoyo de empresas como Google y Amazon que proporcionan infraestructura tecnológica (esas dos empresas tienen un contrato con Israel por 1 mil 200 millones de dólares).

En Gaza han asesinado los sionistas a más de 60 mil personas, de las cuales 20 mil aproximadamente son niños y otros 20 mil son mujeres. La guerra –y en este caso el genocidio, pues los gazatíes no tienen armas, simplemente son agredidos– es el mejor negocio del capital imperialista.

¿Quiénes son los que lucran más con la guerra? Las cifras no mienten: Estados Unidos es el principal exportador de armamento a nivel global con un 43 % del total mundial; la Unión Europea es la segunda entidad exportadora de armas con el 32 % del total. Un dato muy revelador del respaldo al genocidio en Gaza por parte de Estados Unidos es el hecho de que este país le da un subsidio anual a Israel de 3 mil 800 millones de dólares.

Si este apoyo se multiplica por cuatro décadas, resulta que el gobierno gringo les ha dado a los carniceros sionistas más de 152 mil millones de dólares en ese lapso. Los señores de la muerte y destrucción, que se benefician de los conflictos bélicos, son los imperialistas del Occidente colectivo.

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