La encuesta del Inegi señala que casi 64 % de la población vive con miedo y 83.8 % en Cuernavaca reporta temor diario
La inseguridad en Morelos y en el país no es un fenómeno nuevo, pero sí ha experimentado un aumento en su intensidad y percepción, convirtiéndose en un problema preocupante para toda la población morelense.
Existen diversos indicadores y estudios que señalan que la violencia y la criminalidad han afectado a la entidad, impactando la vida cotidiana de sus habitantes y la actividad económica; la inseguridad sigue golpeando todos los días a nuestras familias, a nuestros vecinos, a nuestras colonias y comunidades.
Morelos destaca como uno de los estados más peligrosos de todo el país; lamentablemente es primer lugar nacional en feminicidios, en despojo de propiedades y en robo de vehículos.
La Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana del Inegi, recién publicada, reveló que casi 64 % de los mexicanos considera inseguro vivir en su ciudad, es decir, seis de cada diez mexicanos viven con miedo. Y la cifra por género es más alarmante, siete de cada diez mujeres temen sufrir algún acto de violencia.
Morelos destaca como uno de los estados más peligrosos de todo el país; lamentablemente es primer lugar nacional en feminicidios, en despojo de propiedades y en robo de vehículos; es segundo lugar en homicidio doloso, tercer lugar en extorsión y secuestro, cuarto en violación, y seguimos bajando en la lista con otros delitos como robo a casa habitación, a bancos, a transportistas y asaltos en el transporte público.
En municipios como Cuernavaca, Jiutepec y Emiliano Zapata, la situación es crítica. Tan sólo en Cuernavaca, el 83.8 % de los habitantes dijo sentirse inseguro. ¡Nueve de cada diez personas! Y eso la coloca en el décimo lugar nacional en percepción de inseguridad.
Detrás de cada cifra hay una historia de dolor, de angustia e impotencia; en ellas están las madres que han perdido a sus hijas víctimas de feminicidio, las familias que han sido despojadas de su patrimonio, jóvenes secuestrados, trabajadores asaltados, mujeres violadas. Los morelenses cada día nos sentimos inseguros en espacios tan comunes como los cajeros automáticos, el transporte público, las calles y las carreteras.
Todo esto sucede y se agudiza mientras los gobiernos siguen sin ofrecer soluciones reales. Hacen anuncios, firman convenios, reparten folletos, organizan foros, pero la violencia no disminuye, la corrupción persiste y la impunidad crece. ¿Cómo puede un ciudadano productivo, honesto, sentirse tranquilo si teme cada día ser asaltado, agredido o incluso asesinado?
Las estrategias que en algún momento se anunciaron —y que hasta parecía una broma el eslogan de “abrazos y no balazos” para combatir la inseguridad y violencia— no dieron resultados. El panorama es igual o peor.
Está claro que los gobiernos en turno no identifican el problema más profundo, que es el fracaso del sistema capitalista que nos domina, un sistema que sigue proliferando la pobreza extrema y la desigualdad, donde millones de mexicanos carecen de lo básico: empleo, salud, educación, servicios públicos; no obstante, mientras el pueblo trabaja, lucha, estudia y trata de salir adelante, los grupos delictivos operan con total impunidad.
Un sistema que no sólo mantiene a la alza la violencia e inseguridad y que está lejos de tomar acciones para combatirlas tiene al país sumido en una terrible impunidad que se normaliza ante la falta de investigación y castigo de quienes cometen delitos y violaciones a derechos humanos.
Las víctimas ya no denuncian los delitos porque desconfían de las instituciones que actúan en su mayoría de manera negligente, y las personas sienten que es una pérdida de tiempo acudir a la justicia; la gestión de las víctimas se vuelve infructuosa.
Hoy en día, los morelenses viven con miedo, con ansiedad. Hay quienes han dejado de salir, quienes no permiten que sus hijos salgan sólos, quienes han cambiado sus rutas por temor. Eso no es vivir.
El pueblo no debería quedarse callado ni resignarse a vivir —y mucho menos a adaptarse con la inseguridad como un paisaje social—; debe darse cuenta de que el sistema que nos gobierna está cada día más podrido desde sus estructuras; debemos ver en manos de quién estamos.
Por eso, la lucha contra la inseguridad no puede ni debe omitir la lucha contra la pobreza: no se puede combatir la inseguridad si no se mejoran las condiciones de la clase trabajadora, donde se garanticen oportunidades para niños, jóvenes y adultos en la educación, en la salud, en la vivienda, en los servicios sociales, con empleos, con salarios bien remunerados y no salarios de hambre como los de hoy, etcétera.
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