MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

Solidaridad global con Palestina y contra el imperialismo

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En el contexto del segundo aniversario del recrudecimiento de la violencia israelí contra Gaza, el mundo fue testigo de un extraordinario despliegue de solidaridad global con el pueblo palestino.

Estos movimientos, que han unido a estudiantes, académicos, organizaciones de derechos humanos y ciudadanos comunes, constituyen un despertar colectivo frente a la barbarie del sionismo como proyecto colonial y un rechazo contundente al imperialismo estadounidense que lo sustenta.

La destrucción metódica de la infraestructura civil, desde sistemas de agua y saneamiento hasta hospitales, escuelas y universidades, revela una intencionalidad genocida que busca hacer imposible la vida en Gaza.

En México, este movimiento ha encontrado expresión en las movilizaciones de jóvenes como los de la Federación Nacional de Estudiantes Revolucionarios “Rafael Ramírez” (FNERRR) en ciudades importantes del país, como Pachuca, que han convertido las calles en tribunas de denuncia y resistencia.

Lo que los grandes medios insisten en llamar “conflicto” o “guerra” responde en realidad a la precisa definición de genocidio según el derecho internacional. Un informe de la Comisión Internacional Independiente de Investigación de las Naciones Unidas, publicado en septiembre de 2025, concluyó de manera inequívoca que Israel ha cometido genocidio contra los palestinos en Gaza.

La comisión, presidida por Navi Pillay, ex-alta comisionada de la ONU para los Derechos Humanos, documentó cómo Israel ha perpetrado al menos cuatro de los cinco actos genocidas definidos en la Convención para la Prevención y Sanción del Delito de Genocidio de 1948.

Las dimensiones de esta catástrofe humanitaria son casi inconcebibles. Según el Ministerio de Salud de Gaza, más de 44 mil palestinos habían perdido la vida hasta noviembre de 2024, cifra que aumentaba a aproximadamente 67 mil para octubre de 2025.

Estas estadísticas no capturan completamente la magnitud del horror, pues excluyen a “muchas personas que murieron por enfermedades o que quedaron sepultadas bajo los escombros”. Entre las víctimas documentadas por la ONU, el 70 % era mujeres, niñas y niños.

La comisión de la ONU encontró que las muertes “no son accidentes, no son daños colaterales. Son el resultado de una estrategia militar de bombardeos intensivos y tierra quemada”, en palabras del comisionado Chris Sidoti.

El informe detalla cómo Israel ha matado, causado lesiones físicas o mentales graves, sometido deliberadamente a la población a condiciones de vida calculadas para destruirla e impuesto medidas para impedir los nacimientos. La destrucción metódica de la infraestructura civil, desde sistemas de agua y saneamiento hasta hospitales, escuelas y universidades, revela una intencionalidad genocida que busca hacer imposible la vida en Gaza. 

“Residencias, casas, hospitales, universidades, escuelas, museos, iglesias, mezquitas, sitios arqueológicos, carreteras, instalaciones agrícolas, la industria pesquera… Nuestro informe ha dibujado la imagen completa durante dos años de la destrucción. Y la destrucción es tal, unida a la política de hambruna, que las condiciones para la vida son insostenibles”, testificó Sidoti ante la ONU.

Frente a esta evidencia abrumadora, las potencias occidentales han respondido con una complicidad criminal. Estados Unidos, mientras bloqueaba resoluciones de alto al fuego en el Consejo de Seguridad de la ONU, aprobó más de 100 ventas de armas y proporcionó a Israel asistencia para la seguridad por un valor sin precedentes de 17 mil 900 millones de dólares.

Sólo cuando la evidencia del genocidio se hizo irrefutable, países como Canadá, Países Bajos y Reino Unido suspendieron algunas transferencias de armas.

Esta complicidad no es accidental sino estructural: responde a la lógica del imperialismo que ve en Israel un gendarme regional para proteger sus intereses geopolíticos y económicos.

La retórica de “derecho a la defensa” utilizada por Occidente sirve para encubrir “décadas de ocupación ilegal y represión bajo una ideología que exigía la expulsión de la población palestina de sus tierras y su reemplazo”.

Frente a la complicidad de los gobiernos, la sociedad civil global ha respondido con una de las mayores movilizaciones de solidaridad de la historia reciente. Según el Proyecto de Datos de Localización de Conflictos Armados (Acled), entre octubre de 2023 y septiembre de 2025 se registraron aproximadamente 48 mil actos de protesta en todo el mundo en apoyo al pueblo palestino.

Estas movilizaciones abarcaron 137 países y territorios, concentrándose principalmente en Yemen, Marruecos, Estados Unidos, Turquía, Irán, Pakistán, Francia, Italia, España y Australia.

En México, este movimiento global ha encontrado un eco vigoroso en las movilizaciones estudiantiles, particularmente en las acciones de la Federación Nacional de Estudiantes Revolucionarios “Rafael Ramírez” (FNERRR).

El 7 de octubre de 2025, la FNERRR convocó a una concentración en el Monumento a la Revolución en la Ciudad de México, donde más de 2 mil estudiantes alzaron la voz en solidaridad con Palestina. 

Simultáneamente, realizaron protestas en diversas capitales del país, incluyendo Pachuca, donde jóvenes estudiantes manifestaron su rechazo al genocidio y a la indiferencia internacional. Estas movilizaciones representan más que solidaridad puntual: expresan un despertar político de la juventud que reconoce en Palestina un espejo de las luchas contra el imperialismo que afectan a América Latina. 

Los estudiantes no sólo protestan contra el genocidio en Gaza sino contra el mismo sistema de dominación que mantiene a los pueblos mexicanos y latinoamericanos subyugados al capital extranjero, particularmente al norteamericano.

La solidaridad con Palestina encuentra su pleno significado cuando se conecta con la lucha por la transformación radical de México, pues un país no se respeta por su humildad, sino por su tamaño, su dinamismo, su tecnología y su capacidad productiva. Mientras México siga atado a un modelo de dependencia con Estados Unidos, mientras permita que grandes corporaciones extranjeras condicionen nuestras decisiones estratégicas, nuestro discurso de solidaridad internacional será inconsistente.

Necesitamos construir un proyecto de nación que ponga fin a la subordinación al capital norteamericano y que priorice las necesidades de las clases mayoritarias. Esto implica recuperar la capacidad del Estado mexicano para impulsar el desarrollo, y esto solo puede hacerlo un gobierno verdaderamente al servicio del pueblo mexicano, que sería naturalmente solidario con los pueblos marginados del mundo, pues comprendería que la lucha contra el imperialismo es una.

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