Del movimiento espontáneo a la lucha organizada y consciente
Hace unos días, un gran amigo mío me regaló el libro “Zacualtipán, su historia y su gente” escrito por el profesor Jesús Espíndola Morales. Entre otras cosas, en este se relata cómo fue el desarrollo de la industria del vestido hasta convertirse en la actividad económica fundamental, no sólo en el municipio, sino en toda la región.
Para grandes problemas necesitamos grandes soluciones, y eso sólo lo lograremos unificando todos los arroyuelos de inconformidad en un gran torrente que nadie pueda detener.
Entre los años de 1930 y 1950, según el autor, esta industria comenzó a tomar gran influencia a través de la maquila a domicilio: costureras de los pueblos de San Bernardo, Ajacaya, Sietla, Tehuitzila, Tepeoco, Alumbres, entre otros, trabajaban en improvisados talleres donde cientos de piezas eran unidas en máquinas accionadas mecánicamente por la fuerza motora del trabajador, percibiendo un salario de entre dos y tres pesos por docena de pantalones terminados.
A partir de los años 90, la industria del vestido tomó mayor fuerza al introducir maquinaria moderna; ya no eran pequeños talleres, se habían convertido en fábricas cuyos productos se distribuían no solo de manera local, sino a nivel nacional e internacional.
Como es de suponerse, con tal desarrollo, se hizo necesario el incremento de la mano de obra, ya no solo de las comunidades del municipio, sino también de los municipios vecinos, en donde, ante la falta de empleo, familias se vieron obligadas a migrar a este nuevo imán económico de la región.
Se menciona que para el año 2011, este ramo generaba mil 683 empleos; para 2015 se había incrementado a 4 mil 914 y, según el último censo del Inegi, actualmente el número de trabajadores asciende a 10 mil, distribuidos en 340 unidades económicas entre pequeños talleres y grandes fábricas.
Miles de trabajadores llegaron al municipio de Zacualtipán buscando salir de la lacerante miseria en que se vive en sus comunidades, por ejemplo, de municipios como Tlanchinol, Lolotla y Tepehuacán, que se encuentran catalogados en condición de alto grado de pobreza y rezago social.
La llegada de tantos obreros impactó no sólo en la producción, también en el surgimiento de graves problemáticas sociales como la falta de vivienda: mientras la media de hacinamiento nacional ronda el 5.8 %, en Zacualtipán asciende al 36.2 % (¡siete veces más!).
La falta de agua potable, con un sistema de distribución obsoleto y desabasto por periodos prolongados, a pesar de ser un municipio con mucha humedad y constantes lluvias; la carencia de servicios de salud —sólo hay un Centro de Salud, una Unidad Médico Familiar del IMSS y una del Issste para los poco más de 37 mil habitantes—, sumada a la falta de medicamentos, personal y equipo médico.
Por si no fuese suficiente, el grave problema de la basura, reflejando la inoperancia del sistema de recolección y gestión de residuos. Hasta ahora, esos problemas, por mencionar algunos, no sólo no han tenido solución; al contrario, se han ido acendrando cada vez más, a tal punto que la inconformidad y el hartazgo se hacen incontenibles.
Como olla de presión, ante la falta de acciones efectivas por parte de las autoridades, de manera espontánea se han levantado movimientos de exigencia: varios mítines frente a la presidencia municipal denunciando los distintos problemas, cierres de la carretera federal buscando la construcción de puentes o justicia a conflictos territoriales, incluso el injustificado incendio a la presidencia municipal ante el abuso policial, dando muestra de que las carencias e injusticias han llegado casi al punto de la desestabilización social.
Sin embargo, a pesar de esos movimientos, no se ha podido cambiar la realidad en que se vive en el municipio; los problemas, como ya lo dijimos, se agravan cada día más.
Una de las razones de que esto suceda es su condición espontánea, de esfuerzos y voluntades por separado. Para grandes problemas necesitamos grandes soluciones, y eso sólo lo lograremos unificando todos los arroyuelos de inconformidad en un gran torrente que nadie pueda detener; los grandes ríos tienen la capacidad de arrasar con todo lo que encuentren a su paso.
El Movimiento Antorchista los invita a crear ese gran río fuerte y poderoso, a crear un gran frente común que pueda hacerle frente a la falta de solución, hacerle frente a todo caso de abuso, arbitrariedad, opresión, represión violenta o administrativa, humillación y crimen de que puedan ser víctimas.
Asimismo, no basta con que se ejecute una obra de agua potable, que se pavimente una calle, que se construya un hospital; a fin de cuentas, esas son migajas comparadas con la riqueza que se produce en este país, riqueza cuyos creadores son los millones de trabajadores mexicanos: el minero que no conoce más que las entrañas de la tierra, el campesino que deja sus fuerzas en la tierra, los obreros como los de Zacualtipán que dejan su salud, energía y vida misma en las máquinas, y que, por lo tanto, deberían ser quienes disfruten de toda esa riqueza producida.
Nosotros también los llamamos a no limitarnos a pedir migajas; los llamamos a unirnos para que sea el pueblo quien decida cómo se reparta el pastel. Eso lo podremos hacer sólo si el mismo pueblo toma las riendas de nuestro municipio, de nuestro estado y de nuestro país; los llamamos a tomar el poder político y ponerlo en manos del pueblo trabajador.
Finalmente, para poder transformar de fondo nuestra realidad, es necesario el conocimiento profundo de la misma, el conocimiento de las leyes científicas que rigen sobre ella. Por lo tanto, mientras ese descontento, esa exigencia y los distintos movimientos no se rijan por ese conocimiento, las cosas seguirán igual o peor.
Es necesario tomar conciencia del papel que jugamos dentro de la sociedad, es necesario conocer la raíz verdadera de todos nuestros males; el Movimiento Antorchista es la única organización que tiene ese conocimiento y queremos transmitirlo a ustedes para que juntos podamos ponerle fin a los males sociales que nos aquejan.
¿No estamos cansados de caminar por nuestras calles lodosas? ¿No estamos hartos de la falta de agua potable? ¿No nos duele que buenos hombres mueran por falta de atención médica oportuna o por no tener medicamentos? ¿No nos preocupa que todo tienda a empeorar y que ese sea el futuro de nuestros hijos o nietos?
Merecemos y podemos tener una vida mejor, pero lograrla sólo puede ser obra de un pueblo unido, organizado y consciente.
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