“La clase media es la nueva clase obrera, sólo que ahora paga Netflix mientras muere de ansiedad; no se sienten pobres, pero no pueden dejar de trabajar ni un solo mes.
No se llaman obreros, pero tienen jefe, horario, deudas y miedo de enfermarse; no se creen explotados, pero se autoexplotan creyendo que eso los vuelve exitosos.
La trampa es semántica: los llamaron clase media para que no se sintieran parte de la clase trabajadora, porque cuando un obrero se sabe obrero pelea, pero cuando se cree clase media compite; la competencia reemplazó la solidaridad.
La clase media vive en el umbral, demasiado lejos de la riqueza, demasiado cerca del abismo; les vendieron el cuento del progreso, que si estudiaban, si se endeudaban, si se aguantaban, algún día llegarían, pero no les contaron que esa escalera está rota desde el primer peldaño.
Estudiaron con crédito, compraron carro con crédito, tienen una hipoteca a 30 años, no tienen tierras, ni herencia, pero sí tienen ansiedad, gastritis, antidepresivos, terapias sin cobertura y miedo crónico al lunes.
La clase media no heredó privilegios, heredó el mandato de mejorar y lo cumplió al pie de la letra, sólo que mejorar en este sistema significa competir, autoexplotarse, ser más productivo que humano. Les dijeron que no eran pobres, porque tenían un iPhone, pero no dijeron que ese iPhone era una cadena de cuotas.
Les dieron Netflix, pero no tiempo para ver una película entera sin revisar el correo del trabajo; lo más perverso del sistema no fue dejarles sin tiempo, fue convencerlos de que la culpa era suya, de que si no avanzaban era porque no se esforzaban lo suficiente.
El obrero sabía que su lugar era injusto, pero el sujeto clase media vive confundido, piensa que está fracasando, cuando en realidad está sobreviviendo. Le dijeron que no era pobre, sólo que le faltaba actitud. La trampa es semántica: los llamaron clase media para que no se sintieran parte de la clase trabajadora, porque cuando un obrero se sabe obrero pelea, pero cuando se cree clase media compite; la competencia reemplazó la solidaridad, la culpa reemplazó la protesta, la productividad reemplazó la dignidad; la clase media no milita, consume; no se organiza, se automedica; no protesta, se calla y agradece.
Hoy están a paso de perderlo todo: un accidente, una enfermedad, una inflación, una tasa de interés que sube, una empresa que quiebra, y allí se cae el mito: no hay red, no hay Estado, no hay futuro, sólo hay turnos, médicos privados que no alcanzan, seguros que no cubren, arriendos que se comen el sueldo entero y empleos donde el alma se pierde de lunes a viernes; el sistema los necesita funcionales, no felices.
Lo único que cambió fue el lenguaje: ya no se llama precariedad, se llama flexibilidad; ya no es explotación, es emprendimiento; ya no es angustia, es motivación. Y el alma se adapta, y el cuerpo se enferma, y la mente se rinde.
Porque la verdad es esta: la clase media no está ascendiendo, está resistiendo, sosteniendo un modelo que la agota, la empobrece y la silencia, y lo hace con una sonrisa rota. La clase media es la nueva clase obrera” (tomado de un audio de la página infocapucha en redes sociales).
Después de escuchar este audio, que hicieron favor de compartirme, consideré pertinente abordar este tema: “De clase media a clase obrera”. Sé que a los perpetuadores de este sistema social les enfada y les angustia que se hable de los problemas económico-sociales que viven más del 90 % de los habitantes de nuestro país; sin embargo, tratándose de asuntos que tienen que ver con el actual modo de producción y que se repiten día con día, no tenemos otra opción que abordarlos.
Actualmente, pertenecer a la clase media no es nada fácil, ya que, a medida que se acentúan las contradicciones internas de la economía de mercado, o capitalismo, esta clase social tiende a reducir su número. Y lo que es peor: quienes dejan de pertenecer a la clase media, lejos de mejorar su situación económica para ascender en la escala social, caen automáticamente a engrosar las filas de las clases bajas.
Según datos del Coneval: “En México, la clase media ha experimentado una disminución, especialmente durante la pandemia de covid-19. Varios factores, como la pérdida de empleos y la reducción de ingresos, han contribuido a que personas de la clase media caigan en la clase baja. En 2020, el porcentaje de la población clasificada como clase media se redujo a niveles similares a los de la década anterior, después de un aumento en la participación de esta clase en la sociedad hasta 2018.”
Por otra parte, vemos cómo crece la pobreza en México. Según el informe de Movilidad social 2025, “siete de cada diez personas que nacen en la pobreza permanecen en esa condición el resto de sus vidas y el 33.9 % de la población en nuestro país padece pobreza laboral. La desigualdad persiste, y muchas personas no logran superar la pobreza heredada de sus padres”.
La pobreza en México sigue creciendo, no ha parado de crecer a pesar de los programas de transferencias monetarias que opera el Gobierno federal. Programas que, evidentemente, cada vez son más difíciles de sostener, sobre todo si tomamos en cuenta que el sexenio de López Obrador ha sido el que más deuda externa ha generado a los mexicanos.
Veamos qué publica México Evalúa con información de estadísticas oportunas y la Conapo: “El sexenio pasado cerró con el mayor monto de deuda pública desde que se tiene registro por parte de Hacienda. En términos monetarios, suma 17.4 billones de pesos, equivalente a 51.4 % de la economía. Esto indica que el tamaño de la deuda que ha adquirido el Gobierno representa un poco más de la mitad del ingreso total que generó la economía durante el año 2024.”
Estos datos nos reflejan que los programas monetarios de la 4T se volverán insostenibles ante la gravísima deuda externa que enfrenta nuestro país. “Así, cada mexicano hoy debe 131 mil 738 pesos de deuda pública; eso es 17.5 % (19 mil 596 pesos) más que con Peña.” Los datos son preocupantes: un país cada vez más endeudado, con una pobreza laboral en aumento, una clase media empequeñecida y una clase obrera que crece de manera constante. Así las cosas.
Ambos fenómenos —el empequeñecimiento de la clase media y el crecimiento de las clases pobres— no son algo casual; obedecen a las leyes del desarrollo mismo del capitalismo que mantiene a las clases poderosas en una eterna competencia para vencer a sus iguales y arrebatarles el mercado y los clientes a sus competidores.
Es así como vemos que empresas transnacionales como la Coca-Cola y otras firmas mundiales han absorbido a empresas refresqueras más pequeñas y de capital nacional, como es el caso de Jarritos, Sidral Mundet u otras marcas locales. O el caso de los almacenes Gigante o Gran D, que han sucumbido ante la embestida de empresas multinacionales como Walmart, que cuenta con más de 11 mil 500 tiendas en 28 países. ¿Qué pasa con los empresarios que han perdido la batalla?
Está claro que de ninguna manera pueden seguir perteneciendo a las clases altas; necesariamente vendrán a pertenecer a las clases medias. Y si eso pasa con quienes alguna vez disfrutaron de los privilegios de pertenecer a las élites, con mayor razón caerán —ante la competencia de los grandes capitales— las clases medias que manejan empresas mucho más pequeñas o prestan algún servicio con capitales mucho más reducidos; con la agravante de que estos últimos, como ya quedó señalado renglones arriba, caerán a las filas de las clases bajas.
De nada sirve, pues, que al “clasemediero” se le quiera disfrazar con palabras como “emprendedor” o “soy mi propio patrón”. La realidad es cruda: ¿Trabajas todos los días para sobrevivir? ¿Con o sin profesión de licenciatura, sales todos los días resuelto a ganarte tu sustento?
A lo anterior hay que agregar el hecho de que hay trabajadores que laboran dos o más turnos y que, en más de veinte años de antigüedad, nunca se han vuelto millonarios; al contrario, su salud se ha desmejorado con el paso del tiempo.
Todos estos razonamientos nos llevan a la conclusión de que la llamada clase media tiene rato que viene disminuyendo y, además, se ha perdido en un mundo de ilusiones, como lo ilustra el primer párrafo de este artículo, viviendo un mundo de fantasía costeado con tarjetas de crédito o con hipotecas impagables, con la agravante de que no aceptan que realmente muchos de ellos hoy son clase obrera, porque el día que no trabajen tampoco podrán comer.
Por lo anterior, se hace necesario reflexionar con apego a la realidad lo siguiente: si la clase media, lejos de mejorar su nivel económico, tiende a la baja, ¿por qué no unir fuerzas con las clases más desfavorecidas para impulsar un nuevo tipo de gobierno?
El Movimiento Antorchista ha planteado constantemente que se requiere un cambio de política en el país, donde se generen empleos bien remunerados que garanticen vivienda, educación, salud y una buena alimentación para los mexicanos. Urge un nuevo rumbo para el país.
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