“El Mundial es una buena excusa para hacer grandes obras que queden para la posteridad en la Zona Metropolitana de Guadalajara y de todo el estado de Jalisco”.
Así presume el gobernador Pablo Lemus Navarro las cuantiosas inversiones que se realizan de cara al Mundial 2026. Ante esta afirmación, es necesario preguntarse si realmente se trata de inversiones para el futuro y hasta qué punto todo el estado se verá beneficiado, o si sólo son un esfuerzo por maquillar una realidad mucho más compleja.
El abandono se extiende a ámbitos cruciales para el desarrollo: falta de apoyos al campo, un sistema de salud pública colapsado, atención insuficiente a víctimas de la violencia y desatención a comunidades incomunicadas.
Jalisco, junto con Nuevo León y la Ciudad de México, es una de las tres sedes mexicanas del Mundial 2026. Frente a este escenario, el estado enfrenta retos profundos que contrastan con la imagen de prosperidad que se quiere proyectar.
Esta situación refleja la urgencia del gobierno estatal por proteger su imagen y ocultar una decadencia silenciosa que afecta a la mayoría de los jaliscienses.
Las inversiones que tanto enfatiza el gobernador, presentadas como parte de un plan de largo alcance, distan mucho de ser un legado para las próximas generaciones.

Según datos oficiales, se destinan 12 mil millones de pesos a infraestructura en la zona metropolitana, 100 millones para remodelar la imagen a pueblos mágicos, 2 mil 800 millones para Puerto Vallarta y 14 mil 144 millones en seguridad con nuevas instalaciones del C5 y arcos carreteros.
Sin embargo, estas cifras millonarias no pueden ocultar un hecho evidente: la distribución es inequitativa y responde a intereses de imagen, no a las necesidades reales de la población.
Jalisco cuenta con 125 municipios, pero la inversión se concentra en los polos turísticos y en la zona metropolitana, dejando en el abandono a cientos de comunidades que históricamente han sufrido marginación.

Mientras se priorizan proyectos de alto impacto visual, problemas estructurales como el colapso vial en avenidas como López Mateos, las inundaciones recurrentes en temporada de lluvias y la falta de servicios básicos en colonias populares siguen sin resolverse. El ciudadano común, lejos de beneficiarse, padece los mismos males de siempre.
El abandono se extiende a ámbitos cruciales para el desarrollo: falta de apoyos al campo, un sistema de salud pública colapsado, atención insuficiente a víctimas de la violencia y desatención a comunidades incomunicadas.
Esta es la cara que el gobierno estatal no quiere reconocer, mientras insiste en presumir que Jalisco es “la sede más mexicana del mundial”. ¿La más mexicana por sus altos índices de inseguridad? ¿O por ser de los estados que han mantenido en el olvido a miles de campesinos?

Basta con recorrer la Sierra de Manantlán para comprobar la verdadera decadencia en la que viven cientos de comunidades.
No son obras para la posteridad, sino para mantener las apariencias. Obras que benefician principalmente al sector privado y a intereses particulares, pero que poco aportan para cerrar las brechas de desigualdad en el estado.
Obras que, por sí solas, no resuelven las carencias históricas ni generan oportunidades para quienes más las necesitan. ¿De qué sirve una avenida remodelada en Guadalajara si en las comunidades no hay agua potable? ¿O un estadio de primer nivel si en la sierra no hay servicios dignos?
El tiempo, sin duda, dará la razón. Pero mientras tanto, la reflexión queda servida: ¿se están construyendo obras para la “posteridad” o sólo una fachada temporal? Juzgue usted.
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