Morena en campañas decía que velaría por “primero los pobres”, no obstante, una vez que se hicieron del poder político no han dejado lugar a dudas de que están muy lejos de ser un gobierno de los pobres, porque no implementan medidas con un proyecto de nación que realmente cambie la vida de los menesterosos de nuestra patria.
En Oaxaca, por ejemplo, la incongruencia de los morenistas se vio reflejada en la emblemática “fiesta de los oaxaqueños”, la Guelaguetza 2025, pues costó al erario 162 millones 120 mil pesos, mientras que los ingresos apenas alcanzaron los 57 millones, 35 % de lo invertido, lo que, como era de esperarse, generó críticas por su baja rentabilidad y gasto desproporcionado. Más aún, el retorno prometido —destinar esas ganancias a damnificados por el huracán “Erick“— carece aún de transparencia, pues no se han detallado los mecanismos concretos de entrega.
Mientras millones luchan por lo elemental —comida, salud, techo—, el gobierno de la Primavera Oaxaqueña se gasta decenas de millones del presupuesto en fiestas y espectáculos.
Y por si fuera poco, en la desesperación de “darle” algo a los oaxaqueños en medio de la crisis de inseguridad y salud, el gobierno de la Primavera Oaxaqueña presumió su regalo a la sociedad: tres conciertos “gratuitos” al público en general, en los que, de nueva cuenta, al final resultó que esos “conciertos gratuitos” en realidad superaron miles de pesos, puesto que los artistas internacionales cobraron cifras millonarias: Rubén Blades recibió 10 millones, Lila Downs 3 millones 800 mil y Siddhartha 3 millones 600 mil.
En contraste, a las delegaciones comunitarias, pilares auténticos de la Guelaguetza, no se les percibieron honorarios, sólo viáticos. Es decir, fue el claro ejemplo del desbalance —entre el espectáculo para unos y el olvido para otros—, lo cual ilustra una desigualdad simbólica y real.
Ante dicho escándalo, sectores críticos han pedido auditoría: el PT federal exigió revisar gastos como 6 millones 600 mil en domos y papel picado y 2 millones 200 mil en la fabricación de cinco alebrijes monumentales, adjudicados sin licitación pública. Toda vez que los alebrijes costaron por unidad cerca de 443 mil pesos, cifra hasta nueve veces superior al valor estimado en el mercado. Estos patrones de contratos directos y precios inflados alimentan sospechas de falta de transparencia y favoritismo.
La Guelaguetza, pues, a pesar de la narrativa del gobierno, que la defiende como un “derecho cultural”, cada día más se percibe por los oaxaqueños como un espectáculo vacío de su sentido comunitario o tradicional.
Pero… ¿y qué tiene de malo que se gasten millones de pesos en “conciertos gratuitos”? No sería novedad si en nuestro estado existiera empleo digno para todos, si los hospitales funcionaran al 100 % y contaran con medicamentos o si la inseguridad no fuera un tema grave; sin embargo, lo que en realidad sucede y, a mi parecer, es grave, es que mientras se celebran fiestas fastuosas, la realidad social muestra otras cifras, veamos.
Aproximadamente el 58.4 % de la población de Oaxaca vive con algún grado de pobreza, incluyendo 20.2 % en pobreza extrema. Se estiman entre 2 millones 480 mil personas en pobreza, de los cuales 860 mil enfrentan condiciones extremas.
La pobreza laboral también aumenta: 63.9 % de la población no puede adquirir la canasta básica con sus ingresos. Las carencias sociales estructurales afectan a la mayoría: el 74.3 % no tiene acceso a seguridad social, el 67 % carece de servicios de salud y el 55 % no cuenta con servicios básicos en vivienda, lo que coloca a la entidad entre las de mayor rezago social en el país, de acuerdo con el análisis Pobreza Multidimensional del Instituto Nacional de Estadística y Geografía, Inegi.
Estos indicadores reflejan una situación estructural que no ha sido revertida con las políticas públicas actuales, a pesar de que el discurso del gobernador del estado, Salomón Jara Cruz, ha sido “velar por primero los pobres”; pero, en la realidad, los resultados muestran que las acciones implementadas no han tenido el alcance ni tienen la efectividad necesaria.
En síntesis, esto representa un contraste brutal de la realidad: mientras millones luchan por lo elemental —comida, salud, techo—, el gobierno de la Primavera Oaxaqueña se gasta decenas de millones del presupuesto en fiestas y espectáculos y entonces habría que preguntarnos, ¿sirve de algo lanzar fuegos artificiales y pagar artistas millonarios mientras hospitales carecen de medicamentos, escuelas se caen a pedazos y miles no alcanzan a comer? La realidad nos está diciendo que no, que entonces debemos unirnos y hacer escuchar las peticiones de los oaxaqueños porque, como vemos, no se está afectando a unos cuantos sino a las mayorías.
No podemos seguir permitiendo que el gobierno argumente que “los millones de pesos” que se gastan “impulsan el turismo, la derrama económica y el rescate cultural”, porque, como vemos, quienes de nuevo pagan los platos rotos somos los oaxaqueños, que nos vamos enfilando en las cifras de pobreza, en donde queda demostrado que las clases populares siguen marginadas.
Urge una reorientación radical de los recursos hacia la salud, la educación y los empleos dignos; de lo contrario, no se puede presumir que se garantiza que la cultura refleje equidad real, sino que sólo se luce en escenarios para unos cuantos.
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