Hasta el cansancio. Sí, hasta el cansancio, los usuarios del Metro que recorren cualquier línea de principio a fin tienen que chutarse el eslogan que el gobierno capitalino de la 4T hace reproducir cada vez que los trenes arrancan hacia una nueva estación.
Invariablemente se escucha la voz de una mujer que asegura: “Ciudad de México, la capital de la transformación”. Así, una y otra vez, cada que hay cambio de pasajeros en las diferentes estaciones, se escucha la consigna del gobierno morenista, para quien, por el solo hecho de que Morena esté al frente del poder capitalino, cree que ha transformado la capital mexicana.
Morena y sus políticos de pacotilla sólo buscan aprovecharse de los cargos públicos para enriquecerse ellos, mientras siguen dejando a su suerte a millones de trabajadores mexicanos explotados.
Pero eso no es cierto: solamente es un eslogan publicitario de la autodenominada 4T. Aunque les duela a los morenistas, se trata de un discurso engañoso, diseñado para hacer creer a la gente que, con sólo pensarlo —como dicen los modernos idealistas—, la realidad cambia, siempre y cuando se le “decrete”; o sea, sólo porque ellos lo dicen y lo aseguran con toda convicción.
Pero todos sabemos que la realidad no responde a deseos o caprichos personales o de grupo; la realidad no se comporta de acuerdo con lo que dicen algunos. Una muestra de ello es lo que sucede en el propio Metro: mientras la grabación de la publicista, pagada con dinero público, repite machaconamente la frase morenista, los usuarios del Metro son gente que pertenece a la clase trabajadora, la cual, por su propia naturaleza, está atrapada en condiciones de vida precarias, porque el salario que gana es pequeño y no le alcanza para satisfacer sus necesidades materiales ni espirituales.
Así, cada vez que el tren abre sus puertas para bajar y subir usuarios, la gente que entra cumple con las características que la identifican como perteneciente a la clase trabajadora: rostros cansados; ropa, tenis y mochilas desgastados.
A muchos se les ve comer durante sus traslados, ya sea que lleven consigo comida desde sus casas o que la hayan comprado en algún puesto instalado en la calle; pero miles de personas comen en el transporte o bien degustan un dulce o una fritura para “atarantar” el hambre mientras llegan a su segundo trabajo o a su casa.

Los trabajadores que se movilizan a través del subterráneo no sólo lo hacen porque es un transporte relativamente barato, sino también porque es, por supuesto, más veloz que las unidades de transporte público que circulan por calles y avenidas.
Pero las imágenes actuales de la clase trabajadora que hoy vemos en el Metro no son diferentes de las que nos brindó ese transporte colectivo desde que se inauguró, el 4 de septiembre de 1969, bajo el manto gubernamental del priista Gustavo Díaz Ordaz, tristemente recordado por la masacre de Tlatelolco y otros actos represores, a pesar de que impulsó el desarrollo económico de México.
Las imágenes son prácticamente iguales porque el régimen económico en que vivimos es el mismo: hace 56 años, la economía mexicana estaba dominada por el sistema capitalista y hoy el capitalismo y su clase dominante siguen dominando la escena económica mexicana, la cual configura una sociedad dividida en dos clases: la que posee los medios de producción (fábricas, talleres, grandes empresas, etcétera) y la que recibe un raquítico salario por trabajar en ellas.
El Metro de la Ciudad de México es la red de ferrocarril metropolitano que —desde las cinco de la mañana hasta las doce de la noche— diariamente transporta a alrededor de 4 millones de trabajadores. Y esto sucede desde hace 56 años, en los que el Metro brinda servicio a las clases más desprotegidas de la sociedad.
Si con el ascenso de Morena al poder federal, capitalino y de algunas entidades federativas hubiera habido alguna “transformación” económica y social, eso se vería reflejado no sólo en el ascenso económico y social de la clase trabajadora.

Pero no, no es así: la gente sigue viviendo de un raquítico salario, el cual sólo le permite reponer sus fuerzas diariamente para poder volver a ir a trabajar al día siguiente. Sí, su situación económica sigue siendo la misma que hace 56 años.
Ni siquiera las condiciones materiales del Metro las ha transformado la 4T y, por tanto, el transporte que ofrecen a la clase trabajadora sigue siendo malo: trenes gastados, sin mantenimiento; sufren averías —pequeñas o grandes— y los usuarios son desalojados y están obligados a emprender a pie el camino a su casa.
Además, todos sabemos que en horas pico no hay trenes suficientes para transportar a todos los mexicanos que necesitan llegar a sus trabajos; por eso, en las mañanas, la gente tiene que esperar hasta media hora para ascender a una unidad y, claro, luego vienen los apretujones y desencuentros con quienes pretenden lo mismo.
Así, pues, el desgastado Metro, al que la 4T no le da mantenimiento, sigue siendo el transporte de la clase trabajadora, que diariamente se arriesga a tener un accidente o perder la vida en los constantes percances que suceden en el subterráneo.
No omito decir que el Sistema de Transporte Colectivo, sobre todo en administraciones anteriores a la 4T, ha invertido en nuevos trenes para sustituir a los que empezaron a circular hace 56 años, pero por la numerosa carga que diariamente soporta, esos trenes se deterioraron rápidamente y las autoridades se hacen de la vista gorda para no tener que gastar millones de dólares en brindar un transporte digno a los trabajadores.
Es mentira que “la Ciudad de México sea la capital de la transformación”; lo único que desde el gobierno ha hecho la 4T es administrar los bienes y servicios que la burguesía le ha concedido al pueblo trabajador a fin de pasar por un gobierno democrático y progresista.

Pero lo que no ha hecho la 4T es exigirles a los patrones, ahora llamados empleadores, que brinden salarios dignos y suficientes para que la gente satisfaga sus necesidades tanto materiales como espirituales.
Si eso fuera así, ya estaríamos viendo un cambio sustancial en la manera de vestir y calzar de la gente que se transporta en el subterráneo: seguramente estaría mejor vestida, menos explotada y trabajada; más contenta y con la piel más brillante por la buena alimentación que le proporcionaría un buen salario.
Eso, ni ninguna otra cosa, ha transformado Morena y sus políticos de pacotilla, que sólo buscan aprovecharse de los cargos públicos para enriquecerse ellos, mientras siguen dejando a su suerte a los millones de trabajadores mexicanos que son explotados en fábricas, talleres u oficinas por los ricachos a los que no les importa la suerte de la gente que labora para ellos. A los ricos dueños de los medios de producción sólo les importa el rendimiento y las ganancias que les deja la gente que trabaja para ellos.
Un verdadero gobierno del pueblo, de los trabajadores, empezaría por hacer que los dueños de los medios de producción brindaran mejores condiciones de vida a sus trabajadores, aunque sus utilidades se vieran limitadas.
Con ello, la sociedad tendría mejores condiciones de vida y se coadyuvaría a que viviera con tranquilidad, porque seguramente bajarían los índices de inseguridad, los cuales a cada momento rompen el tejido social y hacen que la gente viva permanentemente con miedo. El gobierno de la 4T no es un gobierno del pueblo.
0 Comentarios:
Dejar un Comentario