En un México donde la cultura ha sido relegada a los confines del privilegio y el abandono institucional, surge una voz que se niega a ser silenciada. El Movimiento Antorchista anuncia su XXIV Encuentro Nacional de Teatro, un evento que trasciende lo artístico para convertirse en un manifiesto político, una escuela de pensamiento crítico y un acto de resistencia frente a la privatización del arte.
Mientras el gobierno recorta brutalmente el presupuesto cultural, asignando para 2025 apenas 12,081 millones de pesos, la cifra más baja desde la creación de la Secretaría de Cultura, miles de mexicanos preparan sus voces y sus cuerpos para subir al escenario no por fama, sino por convicción.
Este encuentro, que se llevará a cabo del 28 al 30 de noviembre en el majestuoso y recién inaugurado Teatro "Aquiles Córdova Morán" en Tecomatlán, Puebla, no es un festival más. Es la prueba viviente de que la cultura puede florecer desde abajo, sin patrocinios millonarios ni apoyos oficiales.

Más de 32 puestas en escena y 600 actores, entre obreros, campesinos, amas de casa y estudiantes, demostrarán que el arte no es un lujo, sino un derecho. Y lo harán, irónicamente, en un momento en que el Estado destina buena parte de los menguados recursos culturales a mega-proyectos turísticos, mientras abandona las expresiones artísticas que nutren el espíritu crítico del pueblo.
Aquí no hay espacio para el “teatro chatarra”, ese que entretiene, pero no cuestiona, que distrae, pero no moviliza. En su lugar, se montará a Chéjov, Brecht, Lope de Vega, García Lorca, entre otros. Obras que duelen, que interpelan, que exigen estudio y compromiso.
Como bien lo ha dicho nuestro secretario general del Movimiento Antorchista, el Ing. Aquiles Córdova Moran, un pueblo que piensa es un pueblo peligroso, por eso el teatro que promueve Antorcha no es decorativo: es un martillo para forjar conciencias.

Pero, ¿por qué insistir en el teatro en un país donde casi el 52% de la población no asistió a ningún evento cultural en el último año? La respuesta es simple, aunque incómoda para muchos: porque el arte es un termómetro del espíritu de los pueblos.
En la Grecia clásica, en la Inglaterra isabelina, el teatro floreció con sociedades en movimiento. Hoy, en un México fracturado por la desigualdad, el teatro recupera su papel original: ser espejo de las contradicciones sociales y sobre todo una herramienta de lucha ideológica.
Mientras el modelo neoliberal convierte el arte en mercancía, vaciándolo de contenido crítico y entregándolo al mercado, Antorcha responde con escenas que reflejan la realidad de millones. Obras como Fuenteovejuna, donde un pueblo se rebela contra su opresor, o Los perros, de Elena Garro, que denuncia la violencia contra las mujeres, no son simples representaciones. Son lecciones de dignidad son recordatorios de que la injusticia no es natural, sino producto de un sistema que puede, y debe, ser cambiado.

Para los jóvenes que participan, este encuentro es mucho más que un taller de actuación es un espacio donde se aprende que el arte puede ser un arma contra la alienación de las redes sociales, contra la frivolidad de los contenidos virales y contra la resignación.
Madres que ensayan antes del amanecer, obreros que memorizan textos en sus ratos libres, estudiantes que encuentran en el drama clásico una forma de entender el mundo: he ahí la verdadera dimensión de este movimiento.
Resulta sintomático que, en medio de recortes presupuestales y discursos vacíos sobre la “democratización del arte”, sea una organización social, y no el Estado, la que mantenga viva la llama del teatro popular. Con más de 350 mil espectadores en sus 23 ediciones anteriores, el Encuentro Nacional de Teatro demuestra que no falta dinero, sino voluntad política, no falta talento, sino oportunidades.
El regreso del teatro a Tecomatlán, la “Atenas de la Mixteca”, no es casual: es un símbolo. Representa la vuelta a los orígenes, a la convicción de que la cultura debe ser construida por el pueblo y para el pueblo.
Frente a un modelo que prefiere financiar zonas arqueológicas y complejos culturales para el turismo, Antorcha insiste en que la verdadera cultura es la que se hace en las colonias, en los pueblos, en las escuelas. La que no cuesta un boleto inalcanzable, porque nace gratuita, como un derecho.
En un país donde la educación formal ha sido desplazada por TikTok y donde la opinión pública se moldea mediante algoritmos, el teatro recupera algo esencial: la mirada frente a frente, la emoción compartida, la reflexión colectiva. Un buen drama, bien montado, puede hacer más por la conciencia social que mil discursos políticos.
El XXIV Encuentro Nacional de Teatro es, en suma, un acto de fe en la capacidad transformadora del arte. Es un recordatorio de que, mientras haya un escenario donde se nombre la injusticia, habrá esperanza.
Y aunque a muchos les moleste, Antorcha lo ha vuelto a demostrar: el teatro le pertenece al pueblo, y el pueblo está listo para usarlo.
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