Hace apenas unos días, en un videopronunciamiento que realicé, con motivo de una manifestación de la Federación Nacional de Estudiantes Revolucionarios Rafael Ramírez, decía yo que quienes dedicamos nuestros esfuerzos a la construcción de un país más justo y equitativo, el que la juventud vuelva a salir a las calles para pedir justicia y exigir que se hagan efectivos sus derechos a una educación digna alimenta la esperanza de que las masas populares tendrán, más temprano que tarde, en esa juventud, una cantera de donde obtener los líderes que la conduzcan por la senda del progreso y desarrollo verdaderos.
Invito a los jóvenes que empiezan a decidirse a retomar la gloriosa senda de la lucha social, a que no se juegue nunca más con los llamados a la lucha violenta ni a los radicalismos de ningún tipo.
Los indicios de una ola de reactivación de los ánimos de lucha en los estudiantes se acumulan. Por ejemplo, con las recientes manifestaciones de exigencia para que se detenga el genocidio en Gaza, las movilizaciones que piden justicia por los desaparecidos de Ayotzinapa o la del pasado domingo, en la que, según la mayoría de estimaciones en los medios de información, alrededor de 10 mil manifestantes, en su mayoría estudiantes, marcharon de la Plaza de las Tres Culturas hacia el Zócalo de la CDMX, con motivo de la conmemoración del 57 aniversario de la masacre del 2 de octubre de 1968, fecha en que el Estado mexicano cometió un crimen de lesa humanidad contra una multitudinaria manifestación estudiantil.
¿Y por qué es importante este resurgimiento de la vocación de lucha estudiantil? Porque, a mi juicio, con la represión del Movimiento del 68, a la juventud mexicana se le mutiló su natural rebeldía y la conciencia social nacional, y se inculcó a nuestros jóvenes la no participación en política y en la lucha social, por temor. Algunas palabras al respecto son necesarias.
En aquel entonces, se vivía un entorno de represión por parte de los aparatos policiales, de falta de apertura política para las clases medias y para el sector intelectual y, además, una creciente inconformidad de la población ante las recurrentes crisis económicas y la injusta distribución de la riqueza social.
En ese contexto, un conflicto entre alumnos de las preparatorias vocacionales 2 y 5 del Instituto Politécnico Nacional (IPN) y la preparatoria particular Isaac Ochotorena, incorporada a la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), fue reprimido con exceso de violencia por parte del cuerpo de granaderos, ante lo cual se extendieron las protestas.
A medida que se iban sumando alumnos y maestros de otras escuelas, intelectuales y líderes obreros y populares, las demandas ya no eran sólo por justicia, sino de carácter político, sin tener un programa de lucha claro y preciso, sin haber dimensionado las fuerzas con que se contaba y, sobre todo, sin medir objetivamente la respuesta que daría el Estado a estas movilizaciones masivas.
Ante este giro y por la situación mundial de creciente influencia del socialismo, el gobierno de Díaz Ordaz necesitaba evitar que, a medida que los sectores populares adquirieran predominio, este movimiento desembocara en un cuestionamiento al Sistema mismo, es decir, al modelo económico imperante en México.
Esa fue, en mi opinión, una de las razones de fondo para la brutal represión. El Estado trató, pues, de inhibir la organización de las masas en un movimiento revolucionario y logró su cometido, matando los ideales de rebeldía en la juventud. Es por ello, que las recientes manifestaciones son un síntoma de salud social para nuestro país.
Sin embargo, es necesario decir que manifestarse sin aprender las lecciones necesarias de las luchas pasadas no puede ya ser la ruta a seguir para ningún movimiento social. En ese sentido, no sólo deslegitiman su lucha quienes vandalizan o se radicalizan ante las provocaciones de los cuerpos policiales del Estado mexicano, sino que dan un pretexto a que se justifique la represión a los movimientos sociales.
Es por ello que, aunque tenue y pequeña mi voz, invito a los jóvenes que empiezan a decidirse a retomar la gloriosa senda de la lucha social, a que no se juegue nunca más con los llamados a la lucha violenta ni a los radicalismos de ningún tipo, pues nadie puede asegurarnos que quienes se sumaron a las manifestaciones del pasado jueves no sean los esquiroles de siempre, que sirven al Estado para inhibir la organización por causas dignas y justas.
En ese contexto es que toma importancia la lucha de la FNERRR por la defensa de los albergues de estudiantes oaxaqueños que fueron despojados de sus albergues y agredidos por fuerzas policiales encubiertas del gobierno de esa entidad. Porque, a pesar de ello, no sólo no cayeron en la trampa de la lucha violenta, sino que trasladaron su lucha a la capital de la república y, ante la provocación de los granaderos, sin dejar de lado su rebeldía y la defensa de sus legítimas demandas, brincaron las vallas y se manifestaron con arte y cultura, sin exabruptos, sin aspavientos y con la verdad y la mesura como su mejor arma, señalando con ello el camino para los futuros movimientos sociales que surjan en nuestro país.
Por ello les repito a los integrantes de la FNERRR que su ejemplo es una potente convocatoria a todos los estudiantes del país, a unirse, a organizarse y a defender sus derechos, pero dentro del llamado marco legal, pues la fuerza de las masas no está en la verdad o las leyes, sino en su número.
¡Adelante, fenerianos, salgan a las calles a encabezar a la juventud de México para brindarle a las clases trabajadoras los líderes que la realidad está exigiendo!
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