En nuestros tiempos, donde la cultura se administra como privilegio y la sensibilidad humana se convierte en mercancía, resulta profundamente revelador que en un municipio, enclavado en la Mixteca Baja, al sur del estado de Puebla, donde habitan aproximadamente seis mil habitantes, en Tecomatlán, también conocido como “Atenas de la Mixteca”, el teatro recobra su papel histórico; el de herramienta de lucha, formación y emancipación del pueblo trabajador.
Que Tecomatlán cuente con un recinto de esta magnitud, capaz de competir con los auditorios de las capitales, es en sí una declaración política: la cultura no es propiedad de las élites urbanas, sino un derecho universal.
El Encuentro Nacional de Teatro impulsado por el Movimiento Antorchista, cada año, no es un simple festival; es un acto político-cultural que desafía el abandono institucional y reivindica el derecho del pueblo a las artes.
En una reciente entrevista que tuve con Vania Mejía, responsable nacional de los Grupos Culturales de Antorcha, expresó con claridad que “las grandes obras, las tragedias, los clásicos universales siempre han cargado mensajes poderosos que educan, sensibilizan, politizan”.
Su postura no es capricho ni romanticismo, es una verdad profunda que la burguesía cultural ha intentado sepultar. Al negar acceso al arte, al reservarlo para quienes pueden pagar boletos de 150 pesos por función, se mutila la capacidad crítica de las mayorías.

El teatro, como bien refiere Mejía, toca donde los discursos no llegan. “El arte toca las fibras más sensibles del ser humano, conmueve, despierta reflexión y conciencia”. En otras palabras, el teatro libera. No es casualidad, desde los griegos hasta Brecht, pasando por Sartre, Schiller o Elena Garro, las tablas han sido una tribuna donde se expone el conflicto humano y social con una claridad que incomoda a los poderosos.
Por su parte, Amancio Orta, director de la Compañía del Instituto Macuilxóchitl, con quien también platiqué, recordó otra verdad que a menudo se calla: “El teatro es para el pueblo. Páguenle a sus artistas, apoyen a sus compañías locales”.
No lo dice desde la teoría, sino desde la práctica comunitaria que sostiene Antorcha este encuentro: rifas, colectas, esfuerzos colectivos que demuestran que el arte florece incluso con lo mínimo cuando hay voluntad popular.

Orta también destacó el enorme valor del Teatro Aquiles Córdova Morán, “un teatro espectacular” de 2 mil 200 butacas, levantado no como templo elitista, sino como espacio para la cultura del pueblo. Que Tecomatlán cuente con un recinto de esta magnitud, capaz de competir con los auditorios de las capitales, es en sí una declaración política: la cultura no es propiedad de las élites urbanas, sino un derecho universal.
En un país donde apenas uno de cada diez mexicanos va al teatro al año, encuentros como este rompen la inercia, contradicen la lógica mercantil y recuerdan que el arte no debe ser lujo, sino herramienta de transformación.
Antorcha, guste o no a quienes administran la cultura como negocio, ha entendido algo esencial: sin arte, un pueblo no puede comprenderse y sin conciencia, no puede liberarse.

Por eso este encuentro no es sólo un evento. Es un recordatorio de que el teatro, cuando vuelve al pueblo, se convierte en poder, un poder emancipador. Poder para pensar, para sentir, para organizarse, para tomar el poder político y transformar su realidad.
En Tecomatlán, durante tres días, el teatro vuelve a cumplir su misión histórica: despertar la conciencia y alentar la emancipación del pueblo trabajador. ¡Los esperamos!
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