El panorama sobre la realidad mexicana es desolador, pero no sorprende. México es un país sumido en una crisis multifacética: pobreza, inseguridad, corrupción, sistemas de salud y educación colapsados y una creciente desigualdad económica.
La pobreza no es un accidente: es un diseño; la inseguridad no es un fenómeno aislado: es consecuencia de la marginación y la falta de oportunidades; la corrupción no es un mal menor: es el lubricante de una maquinaria injusta.
Estos problemas no son nuevos ni son producto de la casualidad; son el resultado de décadas de un sistema económico y político que ha priorizado los intereses de unos pocos sobre las necesidades de la mayoría. El secretario general del Movimiento Antorchista, Aquiles Córdova Morán, pone el dedo en la llaga: la raíz de estos males está en la propiedad privada de los medios de producción y en la concentración obscena de la riqueza.
Los partidos políticos que han pasado por el poder en México, sin importar su color o discurso, han demostrado su incapacidad para resolver los problemas estructurales del país. Más aún, muchos de ellos han sido cómplices activos en perpetuar un sistema que beneficia a las élites económicas, tanto nacionales como extranjeras.
La pobreza no es un accidente: es un diseño. La inseguridad no es un fenómeno aislado: es consecuencia de la marginación y la falta de oportunidades. La corrupción no es un mal menor: es el lubricante que mantiene funcionando una maquinaria injusta.
México ha perdido soberanías fundamentales, como la alimentaria y la política. El país está atrapado en una dinámica de dependencia económica y política hacia potencias extranjeras, especialmente con Estados Unidos. Esta subordinación se refleja en las deportaciones masivas de migrantes mexicanos, quienes son tratados como delincuentes cuando, en realidad, son víctimas de un sistema global que los expulsa de sus tierras y luego los criminaliza por buscar supervivencia.
La migración no es un capricho: es la consecuencia lógica de un mundo donde las riquezas están concentradas en unas cuantas naciones y donde los países pobres son saqueados sistemáticamente. Las potencias económicas han construido su fortuna mediante el colonialismo, la explotación y el control de los recursos de los países subdesarrollados.
Hoy, esos mismos países cierran sus fronteras a quienes huyen de la miseria que ellos mismos ayudaron a crear. La hipocresía es evidente: roban las riquezas de otras naciones y luego reprimen a quienes llegan buscando un futuro mejor.
El tratamiento que reciben los migrantes mexicanos en Estados Unidos es un ejemplo claro de esta doble moral: son explotados laboralmente, realizando los trabajos más duros por salarios miserables, y al mismo tiempo son estigmatizados y perseguidos.
Los partidos políticos estadounidenses, ya sean republicanos o demócratas, utilizan el tema migratorio como carnada electoral, pero ninguno aborda las causas profundas del fenómeno. La migración no se resolverá con muros ni redadas, sino con justicia económica global.
Frente a este panorama, la propuesta del Movimiento Antorchista adquiere especial relevancia. La idea de un partido político de los trabajadores, que luche por terminar con la propiedad privada de los medios de producción y la concentración de la riqueza, no es una utopía: es una necesidad histórica.
El capitalismo, en su fase actual, ha demostrado ser incapaz de garantizar condiciones dignas de vida para la mayoría. La riqueza sigue acumulándose en unas cuantas manos, mientras el pueblo padece hambre, violencia y abandono.
El maestro Aquiles tiene razón al afirmar que los problemas de México no se resolverán con parches o reformas superficiales. La lucha sindical o las demandas inmediatas son importantes, pero son insuficientes: se requiere un cambio de fondo, una transformación radical del sistema económico. Sólo así se podrá acabar con la pobreza, la inseguridad y la desigualdad.
El llamado a la unidad y la organización de los trabajadores, tanto en México como en el extranjero, es la lección clave: la fuerza del pueblo reside en su capacidad para unirse y luchar colectivamente.
Los migrantes mexicanos en Estados Unidos, ya sean documentados o indocumentados, tienen el poder de alzar la voz y denunciar las injusticias que sufren, pues su trabajo es esencial para la economía estadounidense, y ese es su mejor argumento para exigir derechos y respeto.
En México, los ciudadanos también deben organizarse y exigir un cambio real. El gobierno actual, autodenominado la “Cuarta Transformación”, ha decepcionado a muchos. Las promesas de mejorar las condiciones de vida no se han materializado, y los problemas estructurales persisten.
La solución, sin embargo, no está en cambiar un partido por otro dentro del mismo sistema, sino en transformar el sistema mismo.
El sistema actual ha fracasado. Los partidos políticos tradicionales, el modelo económico capitalista y la subordinación a intereses extranjeros han llevado a México a una crisis profunda.
La solución, como propone el Movimiento Antorchista, pasa por construir un partido de los trabajadores, terminar con la concentración de la riqueza y recuperar la soberanía nacional.
Este no es un camino fácil. Las élites económicas y políticas no cederán sus privilegios sin resistencia alguna, pero la historia ha demostrado que los pueblos organizados pueden lograr cambios profundos.
La lucha por un México justo y soberano no es solo posible: es urgente. Cuando un pueblo enérgico protesta y lucha por defender sus derechos, la injusticia tiembla; es hora de hacerla temblar.
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