MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

Pasar de la enajenación y fanatismo a una educación más crítica

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Decía en mi artículo anterior que los trabajadores de México necesitan urgentemente elevar su conciencia como clase marginada, educarse, unirse y ponerse a luchar por un cambio de la clase en el poder. Esto viene a relación por la propaganda con que el gobierno actual nos sigue bombardeando a los mexicanos, en el sentido de que sus medidas, cambios de leyes, programas, etcétera, son un gran avance para las clases más necesitadas de nuestro país. ¿A qué me refiero? Veamos.

La conciencia social debe aplicarse a cambiar las circunstancias que aprisionan a la sociedad, para que esta sea dueña de lo que produce; si no de todo, sí de una parte mayor que satisfaga todas sus necesidades.

La 4T se ha esforzado por presentarse ante la clase trabajadora como un Estado benefactor con medidas como los míseros aumentos al salario mínimo que no superan la inflación, la entrega de ayudas con dinero del erario y la reciente promesa de la reducción de la jornada laboral a 40 horas.

Todas son medidas que no atacan realmente la pobreza. En el caso de la jornada de las 40 horas dicen: “Estaremos devolviéndoles ocho horas a la semana para que puedan usarlas como mejor les convenga” (El Universal, 2 de mayo), declaró el titular de la Secretaría del Trabajo y Previsión Social, Marath Bolaños.

El “obsequio” anunciado entraría en vigor dentro de cinco años (coincidiendo con la próxima elección presidencial) y escamotea un aumento importante al salario real de los trabajadores; la promesa no beneficiará a todos los creadores de la inmensa riqueza del país, solo a los que tienen un empleo formal.

En el Movimiento Antorchista condenamos esta manipulación que la 4T ha emprendido contra los trabajadores mexicanos, llenándoles de miel los oídos con medidas que no atacan la raíz de sus problemas económicos y sólo tratan de inhibir la organización social, única vía para conseguir una vida digna para todos. ¿Por qué fijamos esta postura?

Al analizar los fenómenos sociales, es frecuente escuchar, por diferentes medios, que se enlisten en un plano de igualdad lo político, cultural, religioso, etcétera, y la economía, subrayando la interdependencia entre unos y otros. Se acepta que lo económico influye en la política, pero a ello se añade que la relación inversa es igualmente decisiva, de manera que lo que ocurre en la política y el derecho influye sobre la economía; por ejemplo, nuevas leyes o partidos en el poder provocarán cambios económicos.

Hay, pues, según este enfoque, una relación recíproca de causa-efecto entre ambos universos: el económico y el de la cultura y las instituciones.

Sin embargo, ya desde el siglo XIX los fundadores de las ciencias sociales descubrieron que esta visión es falsa. El análisis del devenir de todas las civilizaciones ha demostrado que, si bien es incuestionablemente cierto que la política, el arte, la ciencia, el derecho, la religión, influyen sobre la economía, lo real es que es ésta la que en última instancia determina al todo.

El hombre piensa según cómo vive, aunque sabemos que en la realidad las clases dominantes, gracias a su poder, logran imponer su ideología a las dominadas. Y esto se pretende ejecutar ahora: con la promesa de las 40 horas, la mencionada corriente política en el poder se afana en fortalecer la idea de ser un benefactor de los trabajadores, diluyendo la gran importancia que tiene el Primero de Mayo como jornada de lucha de la clase obrera, que denuncia la explotación, y sustituyéndola por un simple festejo del “Día del Trabajo”.

En otras palabras, se busca que, en vez de luchar, festejemos con el gobierno, y que estemos agradecidos con la promesa de este gran obsequio de bajar ocho horas la jornada a los trabajadores. ¿Pero cuál es su real impacto? Veamos algunos datos.

Coneval informó que la población ocupada formal reportó un “ingreso laboral mensual promedio de 10 mil 584 pesos entre julio y septiembre del año pasado”, o sea, una miseria, y el obsequio anunciado, como queda dicho, es hasta dentro de cinco años y en horas, no para hoy y no en un aumento significativo de la capacidad de compra. 

Preguntémonos: ¿Reducir la jornada laboral a 40 horas incrementa la productividad y permite dedicar más tiempo a la familia y otras actividades? ¿Con ese salario? No es, pues, muy difícil concluir que la prometida reducción de la jornada laboral está urdida precisamente para escamotear un aumento importante al salario real de los trabajadores.

Veamos otros aspectos donde se le miente a la clase trabajadora.

Se dice que las máquinas fueron construidas para facilitar el trabajo del obrero. Esta versión da por válido el supuesto de que los empresarios, al mecanizar la producción, son movidos por el mero afán de beneficiar a sus trabajadores, por lo que éstos deberían estar agradecidos, pues ahora su trabajo será menos pesado. Mas la realidad difiere totalmente de estas prédicas.

Desde la introducción de las primeras máquinas en la Revolución Industrial (allá por el año de 1735) hasta nuestros días, la industria se ha transformado en su base técnica. La producción no es ya obra de trabajadores manufactureros que empleen herramientas manuales; se ha maquinizado.

En tiempos más recientes se ha desarrollado la robótica, que hace posible que varias tareas de la producción sean programadas para ser realizadas sólo por máquinas, sin la intervención directa del trabajador. Mas la mecanización no ha beneficiado a los trabajadores, sino todo lo contrario.

En primer lugar, desplaza a muchos de ellos, volviéndolos superfluos y generando así altas tasas de desempleo: en España y Alemania superan el 10 %. Y es que una máquina puede hacer, a menor costo y en menos tiempo, más actividades que las que realizarían muchos obreros con sus herramientas, razón por la cual a los patronos les resulta más barato adquirir una máquina que contratar a cientos de obreros. En segundo lugar, la introducción de máquinas a lo largo de todo el proceso productivo eleva su velocidad, dejándola en manos del patrón. 

Así, después de arrojar a la calle a muchos trabajadores, la máquina somete a quienes siguen en las fábricas a una actividad más intensa, a ritmos enloquecedores, que implican más trabajo en menos tiempo y, claro, con el mismo salario; lo cual significa una mayor explotación.

Volviendo a la crítica sobre la jornada de 40 horas, ¿puede llegar a ser benéfica para los trabajadores del país? Claro que sí. Siempre y cuando sea ya y vaya acompañada de un aumento sustancial al salario real e incluya a todos los hombres y mujeres que viven de su trabajo diario.

Pero todo esto y más no se le explica a la clase trabajadora. Víctima de la enajenación ideológica, la clase trabajadora extravía su concepción del mundo; no se identifica como clase social ni entiende su relación con las demás.

Asimismo, asume como propias las ideas de los poderosos, inducida o por imitación, y más que cambiar la realidad quiere ser como ellos. Adopta sus criterios estéticos, gustos y costumbres. Y admite sobre ella, además, a potencias sobrenaturales, como fantasmas y demonios, que le persiguen y acosan, y ante los que queda empequeñecida, indefensa y atemorizada.

Para liberar a la clase trabajadora de poderes ajenos, ideológicos y políticos, debe cambiar, sí, su mente, educarse; pero dejar ahí las cosas es imaginar la simple y pura levitación.

La conciencia adquirida debe aplicarse a cambiar las circunstancias que aprisionan a la sociedad, para que esta sea dueña de lo que produce, si no de todo, sí de una parte mayor, y pueda satisfacer todas sus necesidades.

Mientras ello no ocurra, la sociedad no tendrá dominio de sí misma, su voluntad seguirá enajenada; por ejemplo, al vender su voto en las elecciones, privándose de su capacidad real de votar y decidir sobre el gobierno; o subordinada al poder por necesidad, con temor siempre de perder su derecho en algún programa gubernamental clientelar.

Revertir la enajenación económica exige acciones gubernamentales redistributivas: generar empleos bien remunerados para quien desee y pueda trabajar, y en jornadas razonables, no como las extenuantes de hoy, que ahondan aún más la enajenación.

Se puede distribuir mediante gasto público que priorice las necesidades sociales: servicios básicos, escuelas bien equipadas, hospitales con instalaciones y equipo modernos. También mediante infraestructura agrícola y transporte público de calidad; programas de viviendas populares, con la comodidad, privacidad y espacio vital necesarios.

En fin, se debe distribuir el gasto reduciendo impuestos a los sectores de bajos ingresos y aplicando más obligaciones fiscales a multimillonarios y transnacionales.

Dejar al pueblo atrapado en su circunstancia de hambre y privación es mantenerlo como rehén, vulnerable, crónicamente necesitado de la caridad; es legitimar y perpetuar su condición, y supeditar su voluntad, dignidad y derechos al interés de quien otorga el “apoyo”. Sin ser una característica privativa de esta administración, esto ya ocurre.

El gobierno actual encuentra en las carencias populares una cantera inagotable de votos cautivos, indispensables para permanecer en el poder. Este régimen necesita que haya pobres, ¡los más posibles! Necesita de la enajenación en todas sus manifestaciones.

Pero no cabe rendirse; debe enfrentarse tal enajenación para suprimirla, y eso no se logra sólo con la crítica que la caracterice, por certera que sea, sino actuando y resolviendo las circunstancias que la engendran.

Por último, mi llamado a todos mis amigos y compañeros a que actuemos, sí, analicemos críticamente la descomposición del sistema capitalista, régimen de producción que está muriendo y lo nuevo aún no es capaz de nacer. Actuar, pues, para que nazca algo mucho más valioso, una sociedad más justa para todos, donde exista colaboración, solidaridad, compasión.

Actuar para organizarse, aconsejarse, ayudarse, protegerse, consolarse y, sobre todo, luchar, reclamar y exigir unidos, que, al lograr hacer esto cotidiano, esa sociedad nueva, más justa, más pronto que tarde llegará.

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